Sin perder la esperanza soñar, reír y llorar.
Sin perder la esperanza observar, aprender y actuar.
Sin perder la esperanza, a veces se pierde
Pero gracias a la resistencia humana en los lugares más inhóspito y hostiles no tenemos más obligación que resistir y persistir en ti.
Vida

jueves, 15 de octubre de 2020

El silencio


En diciembre se cumplirán 20 añazos que vivo en Andalucía, casi ná, de los cuales 5 residí en Granada capital, en Casería de Montijo, un barrio al que quiero y que pese a todos los estigmas que sufre, es un lugar donde vive gente honrada y trabajadora, y no hay más gente choriza que en el centro o en cualquier otro barrio, y al que agradezco su acogida en mis primeros años como "emigrante" valenciana en una ciudad, donde salvo a mi querida Reyes y Manuel, y mi hermana Sonia e Ismael, no conocía a nadie más
Los últimos 15 años habito en un pequeño pueblo de la sierra norte con poco más de 1.000 habitantes.
Fueron mujeres las que cuando nos mudamos a Nivar, mayores, llegaban a casa y al ver a una chica joven (entonces lo era) embarazadísima, se alegraban de que viniéramos a vivir al pueblo y su recibimiento fue con pimientos, calabacines, cebollas, calabazas, flores, todo lo que cada una podía y quería aportar a unos recién llegados. La primera impresión como podéis imaginar fue fantástica, un recibimiento maravilloso.
Fueron mujeres las que, cuando paralizamos una urbanización de lujo en uno de los parajes más emblemáticos del pueblo e impedimos que la construyeran porque tuvimos la enorme suerte de encontramos un yacimiento arqueológico, llegaban a casa y nos traían infinidad de restos, fueran huesos o cerámica, y se echaban las manos a la cabeza porque decían "ay!, sabíamos que había un cementerio muy antiguo y no nos gustaba lo que iba a hacer el ayuntamiento, pero aquí, en estos pueblos tan pequeños, nadie habla, y mucho menos, las mujeres"
Un día, cuando yo trabajaba en el ayuntamiento de Granada, una vecina, mayor, estaba en la parada del bus y me llevé a la capital. Fueron los 20 minutos más tristes para empezar una  mañana que tuve en mucho tiempo, en cuanto la dejé me eché a llorar. Me contó su vida, en los 12 km que nos separan del pueblo a la ciudad, me contó que había sufrido mucho, que su marido se había pasado toda la vida pegándole palizas, que siempre se había sentido oculta, callada, silenciada, sin ayuda, pero esa mañana, casi a una desconocida, ella, se abrió en canal y compartió lo que no pudo en años, porque la violencia machista existe, en todas partes, pero en las zonas rurales, todavía es más invisible porque los silencios, son más abrumadores y cómplices, pues aquí se conoce todo el mundo, y las paredes hablan, y los gritos y los golpes, se oyen. Pero la gente calla mucho más
También quiero recordar a esas mujeres que también, por no decir que no, por sentir que sus vidas (porque así se les ha transmitido de generación en generación) no valen nada, que su tiempo no cuenta, que sus necesidades no existen, lo dejan todo por los demás, siempre al servicio de los otros (u otras), y renuncian a sus inquietudes, sus deseos, por no discutir, por no generar conflicto, y aparcan sus deseos y su vida en pro de los intereses ajenos.
En las zonas rurales las mujeres sufren múltiples formas de discriminación, no solo la salarial, la del territorio y la del género, también la del silencio. Ese que te apaga, que te oculta, que te "quasiextingue" como ser humano, ese que impide que desarrolles tus cualidades personales, porque las encierras en un cajón para que los demás satisfagan las suyas, ese que, al fin y al cabo, las mata poquito a poco porque como sabéis lo que no se ve no existe, aunque hagan tanto y sea tan poco valorado.
Por ellas, por las mayores, para ellas, mi homenaje
Que viva el mundo rural y que vivan nuestras madres, nuestras abuelas y nuestras vecinas mayores

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