Sin perder la esperanza soñar, reír y llorar.
Sin perder la esperanza observar, aprender y actuar.
Sin perder la esperanza, a veces se pierde
Pero gracias a la resistencia humana en los lugares más inhóspito y hostiles no tenemos más obligación que resistir y persistir en ti.
Vida

lunes, 10 de octubre de 2011

No me gustan tus reglas


Paz, según la RAE: En la celebración de la eucaristía según la liturgia romana, rito que precede a la comunión, en el que toda la asamblea se ofrece mutuamente un gesto de paz, como signo de reconciliación.
Para empezar habría que analizar qué tienen de asamblearios los eventos religiosos, ciertamente poco, la imagen de estos ritos siempre está ilustrada por un altar, un orador y una masa que asiste pasivamente a seguir las indicaciones del parlante, poca comunicación directa entre el que se erige frente al atril y los asistentes a estos encuentros, hay poca democracia en este rito.
Seguimos, signo de reconciliación. Se parte de una disputa, de una desavenencia, para reconciliarse hay que estar enfrentados previamente y normalmente esto no se visualiza en el interior de las iglesias. Será que habla de eso que llama conciencia, de pecados, de malos pensamientos y tras darnos la paz por unos segundos nos volvemos reconciliadores. Puro teatro.
¿Por qué hablo de esto? Me explico. Hoy estoy indignada, avergonzada. Suelo entrar poco a los ritos eclesiásticos, pero el lunes por la tarde tenía una cita para despedir al padre de un buen amigo y por esta razón, para acompañarlo en su tristeza, en el dolor de esa ausencia para mí conocida, he acudido al rito mortuorio. Hasta entrar en el santo lugar todo era lo normal, y al entrar supongo que también, no me es desconocido lo que sucede en el interior de estos lugares, pero sí me sorprende que en una ceremonia tan solemne y tan dolorosa para los afectados por la pérdida de un ser querido haya tenido que ver y oír ciertas cosas.

A saber. De todos es sabido como se financia la iglesia y la postura de muchos que consideramos que al ser lugares privados, lugares de fe, deben ser costeados por los creyentes y por supuesto con financiación propia por parte de la entidad eclesiástica. ¿A mí me pagaría el Estado la asistencia todos los domingos y fiestas de guardar a un club de senderismo? Pues eso.
Igualmente sabemos que a día de hoy el Estado español sigue financiando a la Iglesia Católica e incluso subvencionando a los fieles que como este verano, han venido a España para celebrar sus jornadas mundiales de la juventud, suyas, de los que creen, y que las hemos pagado todos.

Bien, para mí la muerte es algo muy serio y que no merece ningún tipo de acción frívola por parte de nadie en momentos tan desgarradores como son el entierro de alguien a quien quieres. Que en mitad de la ceremonia, cuando una se encuentra con el corazón encogido, entendiendo perfectamente los sentimientos por los que está pasando en ese instante tu amigo escuches un tintineo constante de monedas y al girarte descubras como varias mujeres pasean por todas las filas con el cestillo recogiendo la voluntad de los presentes rompe automáticamente las lágrimas que empezaban a florecer y las sustituyen ipso facto por una rabia interna difícilmente de disimular. ¿Es necesario que hasta para decirle adiós religiosamente a alguien tengas que hacerlo depositando monedas para la Iglesia? Para mí no, desde luego. Una falta de respeto muy grande es lo que tienen estos jerarcas de Dios que en su nombre usurpan el dolor y lo transforman en finanzas para el mantenimiento de su causa.

No en mitad de un acto en el que acabas mezclando el pañuelo con el que enjugas tu pena con unos cuantos céntimos para que el ponente pueda sentarse tranquilamente a prepararse un discurso en el que te recuerda que hay que honrar a Benedicto XVI, ese hombre en cuyo curriculum consta haber formado parte del imperio nazi, que le dice a los que tienen altas probabilidades de contraer el sida que el uso del condón no lo evita y que habla de la familia como si él tuviera idea de lo que es eso.


Y de paso, mientras el tintineo de las monedas sigue cayendo en el cepillo te invita a que te des la paz con el de al lado mientras tú piensas en como se sentirá tu amigo que entre los sollozos ante la muerte de su padre en lugar de oír el respeto de la asamblea acompañándolo en su llanto ese señor que supuestamente intenta apaciguar el dolor se dedica a hacer recaudación convirtiendo un acto tan definitivo en la vida de una persona en un mercadeo, pues con una iglesia abarrotada de gente, quien no aprovecharía para hacer negocio. Qué vergüenza.

Y ya puestos, ¿qué paz podemos desearnos ante estos próceres de Dios que no condenan los asesinatos que Israel comete contra los palestinos? ¿qué paz ante los que hablan de convivencia pero proclaman el cristianismo como la religión más auténtica frente al resto? ¿qué paz cuando cientos de familias han visto como estos pacificadores han abusado de la ingenuidad de sus hijos? ¿de qué paz están hablando y qué quieren reconciliar? Ah, debe ser la paz económica.


No me pidas que comparta fraternalmente la paz si mientras el desolado llora y se derrumba ante la muerte tú me pones un cepillo delante para poder seguir entrometiéndote en la vida de quiénes ni te creen ni te pertenecen, no manipules el dolor ni te aproveches del triste. No me pidas que de la paz entre hermanos cuando tú no lo haces, no me pidas la paz para que tu conciencia quede tranquila mientras ejerces de banca en tu ritual, no me lo pidas. Es más, devuélveme la paz que yo tenía hasta que me la pediste porque has arrancado de cuajo mi solidaridad fraternal impidiendo hasta mi reconciliación con la muerte que es lo que me ocurre cada vez que un amigo pierde a un padre. No me pidas la paz, tú no, no tienes derecho.

Y a la asamblea, devuelvele su Dios, porque para muchos no es una mercancía. Y los que quieren colaborar económicamente ya lo hacen en las misas habituales.

Por la financiación propia de la Iglesia Católica. Porque la recaudación no se haga en momentos tan tristes. Por el respeto. Por la convivencia. Y porque dejen a los muertos morirse en paz. Y a los vivos velarlos en condiciones.

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