Sin perder la esperanza soñar, reír y llorar.
Sin perder la esperanza observar, aprender y actuar.
Sin perder la esperanza, a veces se pierde
Pero gracias a la resistencia humana en los lugares más inhóspito y hostiles no tenemos más obligación que resistir y persistir en ti.
Vida

martes, 31 de agosto de 2010

Transeúntes bajo la luna llena del Negrete



Ya estoy conectada. Sería maravilloso vivir así sino fuera porque necesitamos trabajar, por dinero y porque el trabajo nos hace sentir útiles dentro de una sociedad en la que además si no tienes trabajo sencillamente no eres. Para calentar motores y después de pasar todo el día revisando correos electrónicos y actualizando este blog que parece que tenía un tono “demasiado rojo” colgaré este artículo que escribí hace una semana estando de vacaciones y que como ya es norma en mí, rescato y os cuento.

“Decidimos pasar la primera noche de acampada libre con los niños en la playa del Negrete, en el parque natural de Calblanque, Murcia. La promesa de paraíso se cumplía, todo un placer para los sentidos estar en pleno contacto con el mar, la arena, la roca, el monte, y una espléndida luna llena que nos dio cobijo bajo la enorme piedra en la que acampamos. No estaba permitido, Samuel estaba asustado porque estábamos haciendo algo ilegal y Héctor al ver pasar un barco de donde venían silbidos y voces se escondió tras su padre diciendo que no quería que nos detuvieran. Este era un riesgo que corríamos, aunque no creo que nos hubieran detenido, lo más que nos podría pasar era que nos cayese alguna multa.

Bajo la noche solitaria sin más compañía que nosotros mismos, apareció un vecino. Parece ser que llevaba trasnochando en la playa varios días. Saludos. Comentarios acerca de la posibilidad de que nos echaran. Que no, que no pasaba nada, las patrulleras si se acercaban era por posible tráfico de drogas. Se había acercado porque donde estaba antes, según él, había ratas como conejos y se instaló en un agujero al otro lado de donde habíamos acampado nosotros. Personaje extraño. Solo, en la playa, varios días.

Tras acostar a los niños, no sin previas huidas de enjambres de mosquitos y algunas chincherías variadas entre ellos decidimos darnos un baño. El mar, iluminado por la luna llena y el calor, incitaban a ello.

Nuestro vecino paseaba constantemente de su hoyo al mar, de alguna cueva a la arena, de la arena al mar, de la mar al agujero. Así hasta un número incontable de veces.

Un placer sumergirse en el mar a medianoche. Aunque podría haber sido más disfrutado. Lo reconozco. Pero esa presencia ajena en medio de este paraje no permitió que nuestro baño fuera todo lo relajadamente posible. Al volver y meternos en la tienda de campaña observamos como nuestro único vecino daba nuevamente multitud de paseos. Demasiado intranquilo. Nosotros nos fuimos a dormir.

Desde nuestra tienda hay una especie de rejilla para los mosquitos muy oscura, que por fuera no se distingue, pero dentro ves todo lo que ocurre afuera.

Lo cierto es que no estábamos muy a gusto con la compañía que nos había salido, preferíamos estar solos, pero así es la vida, la playa es de todos y si decides acampar donde además no está permitido, pues esto es lo que hay.

La noche. El silencio solo interrumpido por el oleaje. La única luz, la luna. El único movimiento externo los malditos mosquitos que nos comieron vivos, y el vecino.

Nos acostamos. Oído avizor. Seguimos mirando y al mirar le vemos. Pasa por delante nuestra, se para, observa y sigue hacia adelante, hasta el final. En esa esquina se detiene un rato, mira “nuestro territorio”. Regresa hacia su zona y desaparece tras la roca. Al minuto una sombra aparece por encima del lateral izquierdo. Me asusto. Permanecemos callados y lo miramos desde nuestra rejilla. Avanza, más, y empieza a caminar alrededor de nuestra tienda. Los nervios casi pueden palparse, respiración contenida. Palabras silenciadas. Enciendo la linterna, lo pillo, y sobresaltado, retrocede, y se va.

Ya no hay quien duerma. Él sale y le dice que si necesita algo, aquél contesta que no. Ha sido descubierto. No sabemos que pensar. Volvemos a la tienda. Pero ya nada es igual, no se puede dormir. Olas, luna llena, soledad, nosotros, y él.

Pasan varias horas, un poco de sexo para conciliar, para relajarnos y poder dormir. Consigue algo, pero poco. Cualquier ruido nos mantiene al acecho. Nuestro oído es impecable.

Esta mañana he descubierto que sus haberes eran un par de botas negras, una camisa, una toalla y una bolsa del carrefour.

No se que me creo de las conversaciones mantenidas con este hombre. No era peligroso, no era violento, aunque dentro de mi tienda hubiera una navaja y un palo de sombrilla por si las moscas. Tenía hambre o sed, no se por qué no aceptó nada, habría sido todo más fácil, también se lo dijimos al principio de compartir “barrio”. Supongo que era un ser extraño. Quizá vivía como las ratas buscando lo que dejábamos los bañistas tras nuestra excursión o sisaba todo lo que podía aprovechando la nocturnidad. Quizá lo de las ratas era una excusa para venirse a nuestro lado. Quizá lo del tráfico de drogas lo dijo porque nos vio fumando un canuto. Demasiado perverso. Me hubiera conformado con que nos hubiera pedido cualquier cosa. Supongo que esto es lo que yo habría hecho. Aunque tal y como le dije, yo nunca me quedaría sola a dormir en la playa. A el eso no le preocupaba, en absoluto.

Ser noctámbulo, que deambula y deambula buscando sin aceptar que le ofrezcan nada. ¿Dignidad por verse en esa situación? ¿vergüenza de mostrar el estado en que se encontraba? no lo se, solo se que al amanecer, cuando todo era de un intenso color naranja, el estaba allí, en la orilla del mar, mirándonos. Se acercó a por sus cosas, dio varias vueltas para ver donde se ubicaba, y se marchó en busca del sol que salía a lo lejos, al final de la cala.

Las cuevas del Negrete también pueden ser refugio para esas personas que no tienen hogar, vivir en la calle es lo que tiene, da igual el lugar, la soledad está en todas partes y las carencias también.

A nosotros nos dio la noche, y es que, la luna a veces puede estar enrejada, otras puede albergar a un transeúnte que en mitad de la noche, como un animalillo, se dedique a olfatear y si lo pillas, salga huyendo.”

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