Sin perder la esperanza soñar, reír y llorar.
Sin perder la esperanza observar, aprender y actuar.
Sin perder la esperanza, a veces se pierde
Pero gracias a la resistencia humana en los lugares más inhóspito y hostiles no tenemos más obligación que resistir y persistir en ti.
Vida

lunes, 13 de diciembre de 2010

Atrincherarse o no


Por fin he visto las Trincheras del Maúllo, magnífico paseo, un placer para la vista y demás sentidos. Domingo 12 de diciembre, Puerto Lobo 11,30 de la mañana. Solo son 40 minutos a pie y el camino es un goce. Pinsapos que aparecen como si estuvieran pintados, cuarzo, caliza, pizarra y otros minerales, setas que no arriesgamos a coger, árboles caídos que asemejan puentes y mezcla de aromas de romero, lavanda y una cálida humedad en una mañana de diciembre que quizá podría ser el fin del otoño.

Ya llego, diviso una fortificación, un letrero me lo confirma y recorro sus pasadizos. Desde luego me impresiona. No había visto nunca unas trincheras. La panorámica es espectacular. La posición estratégica es imponente. Escaleras arriba, escondites abajo, ventanas para divisar sin que te vean, y una altura de 1320 metros que te alejan de toda civilización. Fortaleza construida piedra a piedra.

Y me acuerdo de Inés que escapó del encierro al que la tenía sometida su falangista hermano y llegó a Viella a unirse los suyos, con quiénes están organizando la operación reconquista de España y la alegría le invadió el alma, tal y como me lo cuenta Almudena Grandes. Es curioso como puedan llegar a entrometerse en nuestras vidas acontecimientos que no hemos vivido.

Me senté al borde de la trinchera hacia el interior frente a la Cruz de Viznar y a los pies el Barranco de la Umbría. Silencio y vértigo. Qué pequeños somos ante la naturaleza y qué sensación tan plena su contacto. Tengo que salir mas. Antes lo hacía, ahora los tiempos son difíciles para la evasión, aunque he decidido obligarme un poco mas. Vivo en zona de trincheras y no las conozco y me parece que son lugares adecuados para la expansión y además memoria obliga. La vegetación y los senderos están perfectos y el lugar al que llegas es todo un documento histórico. Quizá echo de menos más información. Mas datos.

Sí, porque al estar allí metida piensas en la guerra. En la invasión fascista y en la resistencia.

Y a mí qué la república.

Ya. Puedo parecer desfasada. Puedo parecer utópica. Puedo parecer exagerada. No lo he vivido y a mí qué.

Una historia de nuestro país. Ya pasó. Y a mí qué saber.

Pero sabes. A todos nos duele la pérdida de un ser querido. Imagínate que lo mataron. Imagínate que murió luchando por defender un estado legítimamente elegido por la ciudadanía que fue usurpado por un dictador, por el fascismo. Imagínalo en esa ciudad que no duerme, con ese reloj del tiempo que ya no contará un minuto más, como ya no volverá a cantarnos en vivo Enrique Morente. Imagínalo en medio del caos, de la muerte, del hambre, de la sangre.

Llóralo como un hombre. Defiéndelo como una mujer. Y grita chica como dijo Janice.

Quizá puedo parecer neurótica. Quizá pienso demasiado.

Tristes son las historias de España. Tristes las de muchos que luchan en tantas trincheras para defenderse y recuperar lo que les pertenece. De ese pasado del que muchos hoy han heredado su filosofía retrógrada, peligrosa, aniquiladora y que continúan teniendo como base de su organización el poder de unos pocos frente a la mayoría. Su consecuencia lógica es el robo. Nos roban el tiempo. Nos roban el salario. Nos roban el derecho a hablar, el derecho a difundir información que nos atañe. Nos roban nuestra vida. Las desigualdades son cada vez mayores. Las ganas de girar el sentido de las cosas son muchas pero el activismo y el compromiso no lo son tantos.

Y yo no quiero más historias tristes. Qué rabia que ellos estén siempre tan unidos, la avaricia es mucha y qué rabia que nosotros no lo estemos tanto, ya no solo para ser uno mas y repartir la tarea, que no es fácil la empresa, pero ya ni tan siquiera para acudir a las urnas a intentar cambiar las cosas. Le ponemos la alfombra a quien nos oprime.

Poco a poco van apretando la tuercas, una vuelta más, y otra más. Y si no intentamos salir de ese degüello habrá un suicidio colectivo. Y si lo intentamos quizá tengamos que aprender a vivir en la trinchera. Para defendernos ante tanto ataque.

Para "defender la alegría como un derecho, defenderla de dios y del invierno, de las mayúsculas y de la muerte, de los apellidos y las lástimas del azar" Benedetti.

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